jueves, 17 de marzo de 2011

PERSONAJES Y DRAMATURGIA SHAKESPEREANOS

Einar Goyo Ponte

William Shakespeare nace el 23 de abril de 1564. Hace seis años que Elizabeth I de Inglaterra ha sido coronada y conduce las riendas de esta nación, rival del Imperio Español de Felipe II. Nunca se casará y gobernará en un entorno masculino formado por sacerdotes protestantes, nobles, diplomáticos y piratas.

Shakespeare es contemporáneo de Francis Bacon, Lope de Vega y Christopher Marlowe, con quien compartirá y disputará teatros y argumentos para sus obras en el teatro inglés de entonces.

En 1582 se casa con Anne Hathaway. Cinco años más tarde llega a Londres a buscar trabajo en los teatros de la capital. Por esas fechas ejecutan a María Estuardo, aspirante al trono de Inglaterra por ser hija de Enrique VIII con Catalina de Aragón y defensora de los Católicos ingleses. La decapitan.

Isabel I
En 1590, comienza a escribir la serie de dramas históricos sobre Enrique VI. Shakespeare dedicará a la historia de su país varias obras importantes: Enrique VI, Ricardo II, Ricardo III, Enrique IV, Enrique V, Enrique VIII y La historia del Rey Juan. De ellas son importantes Ricardo II y Ricardo III, por el contraste entre ellos: el último es un rey sacrificado, derrotado, que conserva la nobleza hasta el final, mientras que el otro es uno de los primeros y más singulares villanos shakespereanos, o como Duvignaud los cataloga, personalidades criminales o anómicas. Ricardo II es un príncipe deforme, cobarde, intrigante, cruel, que asesina, calumnia y tortura para conseguir el poder, en un retrato impresionante de lo que sería una aplicación cabal de la doctrina maquiavélica del libro El príncipe. También destaca Enrique V (Henry V), donde se describe al monarca guerrero que descubre los valores de servicio y responsabilidad para con su pueblo, horas antes de entrar en batalla.

En 1592, escribe la primera de sus grandes comedias: La comedia de las equivocaciones. La siguen, entre las más importantes: Trabajos de amor perdidos, Sueño de una noche de verano, El mercader de Venecia, Mucho ruido y pocas nueces, Como gustéis, Las alegres comadres de Windsor, La fierecilla domada, Noche de Reyes, La tempestad. Son comunes a la mayoría de ellas las intrigas y enredos amorosos múltiples como los de Hermia y Lisandro, Helena y Demetrio. Así tenemos al trío de parejas de Trabajos de amor perdidos, El mercader de Venecia, Mucho ruido y pocas nueces, Las alegres comadres de Windsor, La fierecilla domada y Noche de Reyes. Resaltan también en ellas la agudeza y la encantadora inteligencia de las heroínas.
Shylock y Jessica en El mercader de Venecia
Como por ejemplo la Porcia de El mercader, sin cuya intervención no se resolvería felizmente el conflicto principal. La Beatriz de Mucho ruido rivaliza con el ingenio de su pareja Benedict, con rasgos de cinismo y de pre-feminismo, como también asomará en la Catalina de La fierecilla domada, la cual expone una feroz guerra de sexos, con triunfo femenino usando el artificio del teatro dentro del teatro, la shakespereana dialéctica del ser y el parecer, la cual en Noche de Reyes adquiere cimas inquietantes al proponer un intercambio de sexos: Viola, la heroína debe fingirse hombre para salvarse y así enamora a su pareja y a la rival en amores, mientras Orsino se angustia por sentirse atraído por un hombre, que en realidad es Viola disfrazada. En Las alegres comadres de Windsor, cuatro mujeres unen sus ingenios para defender su matrimonio del acoso del infatuado seductor profesional Sir John Falstaff, uno de los caracteres más excepcionales y geniales de Shakespeare. Aparece en uno de los dramas históricos y resucita en esta comedia donde encarna el ingenio sensual, el apetito, la sensualidad, el cinismo, el espíritu burlón y ese elemento tan importante en Shakespeare: la conciencia de lo teatral. Esto es, personajes cuyas psicologías, avatares y desarrollos los llevan a descubrir la naturaleza ilusoria del mundo o de la realidad y a expresar el paradójico concepto de que ésta es una forma de lo teatral, otra versión, un poco más concreta, pero igualmente fugaz, de la ficción. “Todo en el mundo es burla. El hombre es un bufón nato”, dice Falstaff en el epílogo de Las alegres comadres. De esa concepción cuasi filosófica de lo teatral surge sin duda la pulsión shakespereana de mezclar los géneros, lo trágico y lo cómico, lo ridículo con lo sublime, lo heroico con lo grotesco . Así en dos de estas comedias habitan dos de los más formidables villanos shakespeareanos: el poderoso Shylock de El mercader de Venecia, usurero judío vengativo, cruel, tirano de su hija, que se vale de la desgracia financiera de Antonio, el mercader veneciano para cobrarle viejas afrentas que lo llevan al borde de la muerte, en la presión implacable del judío; el otro es el Don Juan de Mucho ruido y pocas nueces, quien, por envidia a Don Pedro, trama una intriga que perjudica a una inocente y casi desbarata la felicidad de todas las parejas amorosas de la historia. Otro rasgo común a casi todas es el juego del “teatro dentro del teatro”, que en Shakespeare no se limita a concebir una representación dentro de la representación, sino a delatar que los personajes de alguna manera se saben ficcionados, que representan “roles” en el gran teatro que es la vida, que son capaces de cambiar y de asumir diversos disfraces durante los distintos actos que la vida humana exija representar. Así cobran sentido las fiestas en Trabajos de amor perdidos, los disfraces y la prueba de ingenio que el fallecido padre de Porcia les impone a los pretendientes de su hija, y el juicio con falso abogado (Porcia disfrazada) donde se salva a Antonio y se condena a Shylock en El mercader; con el mismo recurso vencen a Don Juan en Mucho ruido y a Falstaff en Las alegres comadres; y es el recurso que le queda a Viola para encontrar a su hermano gemelo Sebastián en Noche de reyes.

Hamlet
1595 es el año de inicio de sus grandes tragedias, los dramas más representados de la literatura universal. Todo comienza con Romeo y Julieta, exaltación del amor juvenil victimizado por el odio entre familias y las trampas del azar. También el “recurso del teatro” surge en esta obra, pues Julieta debe fingirse muerta para reunirse con su amado, más allá de la fatalidad de Verona. En 1600 llega Hamlet, para muchos su obra más inquietante y el personaje más enigmático de la galería shakespereana. Es un adolescente, el fantasma de su padre lo persigue para reclamarle venganza contra su madre y su hermano, quienes lo asesinaron. Para llevar a cabo su misión se finge loco y en el tardío cumplimiento de la venganza/justicia mueren culpables e inocentes en ingentes cantidades: Ofelia, la amada de Hamlet, quien se vuelve loca por la muerte de su padre a manos de su novio, quien lo confundió con su perverso tío; Laertes, el hermano de aquella, en duelo mortal contra el protagonista; Gertrudis, la madre de Hamlet, Claudio, su tío y usurpador del trono, y el propio Hamlet. Mientras tanto está el enigma aún no resuelto de si Hamlet está realmente loco o no, como también ocurre en Titus Andronicus (1593-94), una tragedia precursora. También comparte con ella el tema de la venganza, y el obsesivo detalle del teatro dentro del teatro. Hamlet, que hace el “papel” de loco, monta una obra de teatro que reproduzca el asesinato de su padre para provocar el que su madre y su tío se delaten al verla. ¿Cuántas ficciones pueden caber en una ficción? Jorge Luis Borges nos llama la atención sobre ello en su ensayo “Magias parciales del Quijote”.

Después vendrán Otelo (1604?), cuyo protagonista es un moro como el Aaron de Titus, pero noble a diferencia de aquél, aunque manipulable hasta el crimen por la verdadera reverberación de Aaron, otro de los formidables villanos de Shakespeare: Iago. Como Aaron, asume el mal como naturaleza original, como él, nunca se arrepiente y vence espantosamente sobre sus víctimas. Son personajes donde se concentran las figuras de la anomia y de la personalidad criminal de las que habla Duvignaud. Su moral, su sistema de valores –si es que existen- son absolutamente distintos y otros de los nuestros (o al menos de sus espectadores y compañeros en escena); Rey Lear (1606), otro gran loco shakesperiano, otro gran padre desmesuradamente equivocado, como Tito, signados por una hybris particular que vuelve a poner la anomia en el ruedo, la cual los destruye sin misericordia. Al lado de Lear hay dos personajes enormes: la hija noble, víctima de su padre y del destino, Cordelia, que nos recuerda a la mutilada Lavinia de Titus, y Edmundo, otro hermano de Iago y de Aaron, destructor, falso, intrigante, quien utiliza el recurso del teatro para su beneficio. Hay un lema que los emparenta: “no son lo que parecen”. Son actores, ficciones, disfraces que engañan a sus congéneres. Edmundo tampoco conoce el arrepentimiento. Como tampoco lo conocerá Macbeth (1609-10), a quien sin embargo, Shakespeare le otorga algo que no tienen sus hermanos: conciencia. Aquí la desalmada, abyecta, anómica es su esposa, Lady Macbeth, cómplice o autora de infinidad de crímenes para obtener y conservar el poder. Macbeth tiene algo que lo distancia de sus semejantes villanos: es casi invencible o sobrehumano. Tienen que entrar en juego los presagios, la magia, lo tenebroso para poder derrotarlo. El mal como una verdadera potencia que tiene tanta o mayor probabilidad de vencer que el bien es lo que parece clamar Macbeth. Si no fuera porque de nuevo la “teatralidad” se sobrepone. Cuando ve que todo está en su contra, Macbeth descubre que la vida, el mundo, las promesas, las profecías de las brujas, el poder son fantasmas, ilusiones fugaces y vanas. “La vida es un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y furia, que nada significan”. Es la versión nefasta de la frase final de Falstaff, ahora en boca de Macbeth.

En Cuento de invierno (1613) encontramos otra obra donde lo trágico y lo cómico se dan la mano. Hay en ella un Otelo, aún más delirante y peligroso pues no necesita de ningún Iago que le incite los celos, el Rey Leontes; hay varias víctimas inocentes, una hija despreciada, destierros, arrepentimientos y hasta una maravillosa y conmovedora escena teatral (en el sentido ideológico filosófico shakespereano) de resurrección.

Fin del ciclo es La tempestad (1611), con Próspero, el ultimo gran padre shakesperiano, y el último papel que Shakespeare representó en teatro, quien con ayuda de la magia, que cambia roles, apariencias, finge muertes y resurrecciones, lleva a cabo una singularísima venganza contra su hermano, quien lo ha desterrado años atrás. Hay otra hija, como Lavinia, Julieta, Hermia, Cordelia o Porcia: Miranda, a quien para restituir en el trono que le corresponde, hace Próspero, su padre, urdir toda la trama de la que seremos espectadores, mientras Próspero/Shakespeare la escribe, a través de dos figuras mágicas, una luminosa y aérea, astuta y eficaz, como el Puck de Sueño de una noche de verano, llamada Ariel, y una lenta, terrenal, lasciva, gobernada por sus instintos, que intentara violar a Miranda, y por lo cual Próspero lo castiga sometiéndolo a sus deseos. Es Calibán, un hijo tardío y más torpe de Aaron, Iago o Edmundo. En el medio están los personajes humanos, casi irreales, movidos al soplo del arbitrio de Próspero, casi sombras, como las hadas y seres sobrenaturales súbditos de Oberon y Titania, o como los faunos, ninfas y hadas falsas de Las alegres comadres de Windsor. Próspero/Shakespeare comenta casi al final de la obra: “Estamos hechos de la misma estopa de los sueños”. Un ejercicio interesante: comparar las despedidas de Puck y Próspero en Sueño y en La tempestad. Sin olvidar que el parlamento de Próspero es el último que William Shakespeare declamó en un teatro.

Cuando dice: “Ahora quedan rotos mis hechizos, y me veo reducido a mis propias fuerzas, que son pocas. Ahora, en verdad, podrías confinarme aquí o remitir a Nápoles. No me dejéis, ya que he recobrado mi ducado y perdonado al traidor en esta desierta isla por vuestro sortilegio, sino libradme de mis ataduras, con la ayuda de sus manos. Que un leve soplo de vuestro aliento llene mis velas, o sucumbirá mi propósito, que era agradaros. Ahora carezco de espíritus que me ayuden, de arte para encantar, y mi fin no tendrá esperanza, a menos que se alivie con su plegaria, la cual es de tal fuerza que seduce a la piedad misma, y absuelve de todas las faltas. Así vuestros pecados obtendrán el perdón, y con vuestra indulgencia vendrá mi absolución”, quizás estemos leyendo u oyendo su propio testamento.



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