CARMEN ATENCIO
MEDIOS DE COMUNICACIÓN EN LA ESPAÑA CONTEMPORÁNEA.
Durante la Guerra
civil, tanto en la zona republicana como
en la nacional se instituyeron organismos oficiales dedicados exclusivamente a
la propaganda (el ministerio de Propaganda en la zona republicana y la Delegación de Prensa y
Propaganda en la zona sublevada). En la
zona geográfica ocupada por cada bando sólo podían editarse periódicos adictos,
y sometidos a una fuerte censura de guerra. El caso más curioso lo
protagonizó ABC, cuya edición en Sevilla continuó respondiendo a su ideología tradicional, apoyando al bando
de los sublevados, mientras que las instalaciones de Madrid fueron expropiadas
y se editaba, con la misma cabecera, pero al servicio de la causa republicana
(controlado por Unión Republicana), mientras que las instalaciones de El Debate pasaban a publicar
el Mundo Obrero. En las trincheras de los sublevados se difundía un
periódico satírico, La Ametralladora, donde colaboraban humoristas de la talla
de Miguel Mihura y Álvaro de la Iglesia, que durante el franquismo continuaron el género con La Codorniz. Del otro lado, en la zona republicana se difundía
la más elitista El Mono Azul (de
paradójico color, que hacía referencia al uniforme oficioso de los milicianos y
el proletariado), con colaboraciones de los poetas de la Generación de 1927.
Los vencedores aprendieron de la
guerra que los medios debían cumplir una función social de servicio público. Se
desarrolló entonces la teoría de la responsabilidad social de los medios. Desde
1945 a 1970 se vive una etapa de expansión económica que repercute en el
desarrollo del sector informativo. Los Estados democráticos defienden la
libertad de expresión y, al mismo tiempo, establecen normas de control de los
medios. Paralelamente, se convierten en dueño de diarios, emisoras de radio y
cadenas de televisión públicas. El negocio informativo crece y las empresas de
información aumentan su poder. Esto favorece la concentración de los medios
(cada vez menos empresas son dueñas de más medios), a pesar del control de los
Estados que promulgan leyes antimonopolio. Sin embargo, mientras que en los
Estados democráticos se asienta definitivamente la libertad de expresión, esto
no representa la situación de la España del franquismo, donde se mantuvo la ley
de prensa de 1938, pensada para el control férreo de las publicaciones durante
la Guerra Civil.
Durante
la Segunda Guerra Mundial buena parte de la prensa española llegó a estar
controlada por el jefe de propaganda de la Embajada alemana en Madrid, el judío
pro-nazi Josef Hans Lazar.8 El principal exponente de esta situación fue el
diario Informaciones, que se convirtió en el
principal foco del publicismo antisemita y filonazi en España.9 10
Las
características más importantes de la prensa de esta época fueron la censura
previa y las llamadas "consignas" a través de las cuales el
ministerio de Información y Turismo podía ordenar la inserción de artículos,
incluso de editoriales, con una determinada tendencia o contenido.
La ley de prensa de 1966 y la prensa
independiente
Durante
los primeros años del franquismo la Prensa estuviera controlada de cerca por el
ministerio de Información a través de los mecanismos de censura establecidos
por la ley de prensa de 1938, la situación empezó a cambiar a partir de 1962.
En este año el ministro de Información, Gabriel Arias-Salgado, fue
cesado a causa de las críticas internacionales de su campaña de prensa contra
los participantes en el llamado Contubernio de Múnich. Le
sucedió en el cargo el joven Manuel Fraga Iribarne,
considerado en este tiempo uno de los representantes más liberales del régimen.
Durante los años siguientes, Fraga impulsó una nueva ley de prensa, aprobada en 1966,
que abolió la censura previa y las "consignas". Sin embargo, esta
liberalización fue sólo parcial, ya que siguió prohibida la publicación de
ciertas opiniones, por ejemplo, la crítica abierta del régimen. Además, se
reforzó el principio de la responsabilidad civil e incluso penal de los
redactores que infringieran las disposiciones de la ley. De esta forma, se
pretendió sustituir el sistema de censura previa por un sistema de autocensura
de los órganos de prensa.
No
obstante, durante los próximos años, varios periódicos trataron de explorar los
límites de la nueva libertad de expresión, a través de textos provocadores y
críticas más o menos encubiertas del régimen. En este contexto, tuvieron
especial importancia los diarios Madrid, El Alcázar y Nuevo Diario. Los
tres periódicos, que formaron la autodenominada prensa independiente,
fueron dirigidos por miembros aperturistas del Opus Dei que intentaron aprovechar los lazos de esta
organización católica para liberalizar el régimen (a pesar de que, justamente,
los ministros opusdeístas formaron parte del núcleo más conservador dentro del
gabinete franquista). Sin embargo, a partir de 1968 el desafío de la prensa independiente
al régimen provocó reacciones drásticas por parte del ministerio de
Información, que finalmente llevaron a un relevo de las empresas editoras
de El Alcázar y de Nuevo Diario en 1969 y al cierre
de Madrid en 1971.
Después
del cese de Fraga como ministro de Información en 1969, además, se volvieron a
intensificar la censura y los secuestros de periódicos. Sin embargo, durante
los últimos años del régimen, también los periódicos más establecidos
(como La Vanguardia y, en menor grado, ABC y Pueblo)
aprovecharon el relativo liberalismo de la ley de prensa para diversificar el
discurso político y criticar —aunque siempre de forma moderada o solapada— las
políticas del régimen. De esta manera, en el momento de la muerte de Franco,
los periódicos fueron el lugar donde se llevaron a cabo los debates políticos
más controvertidos e importantes del país. Mientras las instituciones políticas
como las Cortes seguían controladas por los sectores ortodoxos del régimen, la
Prensa se había convertido, según una expresión de la época, en
un parlamento de papel.
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