domingo, 28 de noviembre de 2010

LA GUERRA DE TROYA




Carlos Schrader (Catedrático de Filología Griega de la Universidad de Zaragoza)


Gracias a la Ilíada y la Odisea de Homero, conocemos bien todo el desarrollo de la guerra de Troya: el rapto de Helena, la travesía de la flota griega, los épicos combates en la llanura frente a la ciudad, hasta llegar a su conquista mediante la célebre artimaña del caballo de madera. Esta historia ha fascinado a generaciones de lectores, pero también ha suscitado grandes dudas sobre su veracidad. ¿Hay que creer lo que cuenta Homero? ¿Son sus poemas un relato fidedigno de un suceso histórico? ¿O bien la guerra de Troya no es más que un producto de la imaginación del poeta?


Gran importancia tuvo, para el camino a la respuesta a estas interrogantes, el sensacional descubrimiento que realizó en 1871 Heinrich Schliemann. Este arqueólogo y hombre de negocios alemán localizó en una colina situada en la zona noroeste de Anatolia, a seis kilómetros del mar Egeo y a algo más de cinco kilómetros de los Dardanelos, los restos de una importante ciudad de la Edad del Bronce. Para Schliemann y los arqueólogos que han continuado excavando en el yacimiento hasta la actualidad, no había duda posible: aquella era la Troya de la Ilíada, ciudad que, por lo tanto, no fue una creación poética, sino que existió realmente.


Por último, el desciframiento a mediados del siglo XX de tablillas de arcilla en escritura cuneiforme depositadas en los archivos de Hattusa, la capital del Imperio Hitita, permitió conocer el contexto político en el que se produjo el conflicto narrado por Homero. Se supo que durante el reinado del penúltimo monarca hitita, Tudhaliya IV (1250-1220 a.C), se produjeron grandes conmociones en Asia menor. Tudhaliya debió enfrentarse a una alianza de pueblos y ciudades capitaneada por Asuwa (de donde proviene el nombre griego de Asia) e integrada, entre otros, por los Luqqa (o licios) al sur, Truisa (identificada verosímilmente con Troya) al norte, y en el centro, Wilusa, tal vez equivalente en hitita de Ilión. La tradición épica habría fundido en una sola ciudad, con dos nombres (Troya e Ilión), dos urbes diferentes. En las tablillas se mencionan, además, el reino micénico de Ahhiyawa (identificado con los aqueos, instalados quizás en Rodas) y su enclave en Milawatas (tal vez Mileto).
Prueba de que el núcleo del poema homérico se remonta a la época de la guerra troyana es que en él se conserva el recuerdo de objetos micénicos que no volvieron a ser empleados tras el colapso de esa civilización y cuyo conocimiento directo era imposible para un griego del siglo VIII a.c.
Tradicionalmente, la causa del estallido de la guerra se achaca al rapto de Helena, esposa de Menelao, rey de Esparta, por parte del príncipe troyano Paris (también llamado Alejandro), hijo de Príamo y hermano del sucesor al trono, Héctor. Estamos ante un rasgo prerracionalista: la justificación de un conflicto por motivos personales. Pero el asunto de Helena puede ser un reflejo de la importancia que en la Edad del Bronce se concedía a las mujeres para cimentar o destruir alianzas. En todo caso, la afrenta debía ser vengada, al igual que el robo del tesoro real de Esparta que Paris y Helena se llevaron consigo a Troya.

Las conjeturas modernas calculan que los efectivos griegos podrían haber sumado un total de 15.000 hombres, lo que habría requerido algo más de 300 navíos. La población de Troya, según los resultados de las últimas excavaciones, debía de rondar las 8.000 personas, por lo que el número de hombres en edad de empuñar las armas se cifraría en unos 2.000, a los que habría que sumar aliados de otras zonas de la Tróade y regiones aledañas, que podrían desplazarse hasta Troya periódicamente.



La ciudadela de Troya era difícil de tomar, pues se alzaba sobre una loma de 20 metros de altura, rodeada por un muro de 350 metros de perímetro, 10 de altura y cuatro de grosor. Las puertas estaban construidas en forma de <>, de modo que se obligaba a un posible asaltante a entrar en un pasillo delimitado por dos muros antes de tener que dar un giro para acceder a la puerta propiamente dicha. La ciudad baja estaba protegida por una muralla de piedra y adobe de 1.5 kilómetros de perímetro, con un foso de dos metros de anchura por tres de profundidad. Los troyanos, pues, decidieron mantenerse a la defensiva y no enfrentarse a sus adversarios en campo abierto, salvo que se presentase una ocasión propicia. Los griegos tendrían que tomar la ciudad al asalto, mediante un asedio –para el que no tenían suficientes hombres- o con alguna estratagema.


Aunque la tradición épica sostiene que la guerra duró diez años, que muchos fueron los héroes que murieron y que Troya sólo cayó gracias a la treta del caballo de madera ideada por Odiseo, las cosas pueden interpretarse de diferentes maneras. Los diez años de duración pueden responder a un largo proceso de choques entre troyanos y micénicos que se prolongaría durante varios decenios y en sucesivas expediciones. Como Troya VI fue destruida por un terremoto y Poseidón era la divinidad a la que se atribuían los sismos, en la argucia del caballo puede verse una metáfora de lo ocurrido, pues ése era el animal consagrado al dios. También se ha pensado que el caballo dentro del cual entraron los griegos en Troya era, en realidad, una máquina de asedio (en un relieve asirio se puede ver una máquina de esas características con forma de equina), lo que explicaría los indicios de incendio y saqueo en el yacimiento.


No podemos, en suma, pronunciarnos a ciencia cierta por ninguna de las diferentes hipótesis: si hubo una o varias “guerras de Troya”, cómo fue tomada la ciudad, quiénes tomaron parte de la conquista, etcétera. Únicamente podemos concluir diciendo que, merced a la labor de arqueólogos, lingüistas e investigadores, el pasado narrado por la poesía se ha tornado un hecho histórico.

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